Por: Pablo Arroyo Acero
Días antes a la muerte del quien en vida fuera dos veces
presidente constitucional del Perú: Alan García Pérez, ya denotaba un rostro
estresado, avejentado, angustia
y tristeza reflejaba los últimos días.
Es que el sufría muchas noches de insomnio por la incertidumbre al proceso
judicial que afrontaba por más de 30 años. Sabría que para él no habría
justicia en el Perú. Muchos años lo investigaron y nunca pudieron probarlo nada
más que sus especulaciones y frustraciones de sus enemigos, solo se ensañaron
en una VENDETTA política planificada por diferentes gobiernos de turno
promovido por los caviares y la ultra izquierda comunista, detractores acérrimos que soñaban con verlo en prisión para satisfacer su odio enfermizo.
Diversos medios de comunicación hablado y escrito, haciendo
uso de su libertinaje en la expresión y utilizando la mentira y la engañifa publicaban
en sus portadas durante años, calumnias, insultos, vejámenes contra el
presidente García. Entonces el ciudadano de a pie que solo acostumbra a leer
las portadas de los diarios colgados en los Quioscos, leía con asombro los titulares y lo
asumía como cierto; y esto día a día fue impregnándose como sanguijuela en el
subconsciente del ciudadano común acumulando odio y rencor, reclamando por las
calles linchamiento y cárcel para el presidente García, era lo mismo lo que la
prensa los inducia a creer.
Según su secretario personal (Ricardo Pineda), Alan García no
leía los periódicos hace más de dos años, ni veía las noticias en la TV, se
había alejado del bullicio de la prensa contra él, incluso hace tres meses
había escrito una carta de despedida (La Razón de mi Acto) entregado en sobre
cerrado y lacrado a su secretario personal solo para ser entregado a su familia
en su momento oportuno. La mañana del 17 de abril, se presentó a su domicilio
un fiscal con una orden de detención preliminar por diez días para el
presidente García, acto repudiado por el mismo al no ser respetado la
presunción de inocencia y no existir una sentencia judicial. Entonces, él no
iba permitir que lo exhiban como un trofeo de guerra, en una jaula enmarrocado y puesto el chaleco
para detenidos; exponiéndolo a la humillación pública, al goce y algarabía de sus detractores. Y
en algún momento empuñando su arma (Colt) decidió darse un tiro en la cabeza dando fin a su vida, acto que
lo hizo en defensa de su honor e impulsado por su ego.